El año ya estaba siendo marcado como el definitivo cerrojazo a la década del cambio profundo.
Nueve años antes, al iniciar los sesenta, el mundo juvenil era otro. Otras las dimensiones musicales y otra la visión del futuro.
Perdida para siempre la cándida inocencia al alcanzar su cenit en 1965, la década se precipitó rápidamente a moldear otra conciencia del mundo que dicho sea de paso también estaba convulsionado. El hombre conquistaba el espacio y la comunicación satelital hacía posible observar desde la comodidad de cada hogar, los horrores de la guerra en vivo y en directo, convirtiendo a cada televidente en mudo testigo de las escaramuzas norteamericanas sobre el vietcong. En fin, ya era otro el mundo y la música fué un eco perenne de esa pérdida de inocencia, y de paso, de esa capacidad de asombro que se hacía cada vez más pequeña.
Entonces empezaron a caer las fronteras entre géneros musicales. La experimentación se hio consigna. El ir mas allá, necesidad.
Entonces Miles Davis se convirtió a la electricidad , al beat, al rock. Y fué cisma en el mundo sincopado.
1969 vió nacer de la mano de Bitches Brew , el matrimonio ahora sí definitivo y oficial entre el jazz y el rock.
Para entonces alguien como Steve Winwood ya había buscado también, la síncopa imposible, y hasta entonces impensable enmedio de la guitarra, bajo y batería.
Niño prodigio primero con Spencer Davis Group a mediados de los sesenta, luego motor creativo y ávido experimentador con Traffic, otro super grupo lleno de virtuosos, supo proyectar nuevas texturas estrechando lazos entre el rock, el jazz, la psicodelia y el blues. En un respiro de su actividad con Traffic a finales de 1968, trató de canalizar esa constante necesidad de encontrar nuevas rutas en el sonido de su guitarra y su órgano. Y como él, muchos nombres propios en el rock, empezaron a perseguir esa estética hasta entonces huidiza y pretensiosa del jazz.
De esa perpetua necesidad abrevó también Eric Clapton.
Buscando ir mas allá, morir siendo un héroe de la guitarra, trágico y apasionado, un nuevo Beethoven para la música pop - como lo dice tan atinadamente Diego Fischerman - antes que sobrevivir en la llanura tranquila y predecible de la música "facil y digerible" , siendo solo un ídolo inmutable para las masas, y un mequetrefe para su propia conciencia. Curtido bajo la omnipresente sombra del blues, se había convertido en una especie de celoso guardián del espíritu del Delta del Missisippi. Se había cansado de Cream y de las eternas luchas entre los super egos de Jack Bruce y Ginger Baker. La música además, le estaba pareciendo ya demasiado comercial, por lo que era el momento de soltar amarras antes de prostituir sus seis cuerdas en la seguridad de ser solo un ídolo pop.
Por eso y porque ya lo unía con Winwood una amistad de años atrás y un proyecto casi incidental y hoy francamente de culto, llamado Powerhouse, tuvo a bien mostrarnos lo inmensa que puede ser la brevedad al formar ese Super Grupo llamado Blind Faith.
A lado de su otro compañero en Cream , Ginger Baker en la batería y de un violinista que a veces era bajista y a la inversa, dotado músico y discreto compañero llamado Rick Grech, proveniente de otra banda genial e injustamente poco conocida: Family. Winwood con su fantástico canto supo encarnar esa declaración de principios que buscaba ser Blind Faith.
Un solo trabajo discográfico aparecido en agosto de aquel ´69. De controvertida, censurada y parafílica portada, un debut y despedida que suena más a testamento musical de lo que en ese momento era la agonía de una década, uno de los últimos y verdaderamente geniales gritos de los sesenta.
Una canción magistral, síntesis del álbum, Can´t Find My Way Home , sería una especie de oráculo de aquellos tiempos y de los que vendrían cuando Lennon oficialmente declarara meses después: The Dream Is Over.
Así, sin encontrar el camino a casa, con la provisión del blues para la carretera y del jazz para pasar las largas noches, el viaje también incluía un saludo a la divinidad, reconociendo lo finito de su esfuerzo: Presence of The Lord, una visión a la inmensa posibilidad de ser feliz: Sea of Joy, y un llamado a traspasar fronteras de géneros rock-jazz, mediante una duración infinita de improvisación que muchos tacharon de estéril ejercicio de virtuosismo, pero que hoy, observando el contexto con el visor del tiempo, descubrimos que no podía ser de otra manera: Do What You Like.
Como mensaje que clausura el disco , Do What You Like representa ese llamado desesperado de una generación que ya se encontraba en el callejón sin salida de la modernidad. No obstante haber llegado a la luna unos días antes, no sabía a donde ir.
No quedaba otro remedio: haz lo que quieras.
Blind Faith se tuvo fe.
Y también hizo que mediante su propuesta musical, por un momento al menos, recobraramos esa fe ciega en la música, para guiar nuestros pasos en momentos donde la incertidumbre era lo único seguro.
Como medio de transmitir ideas y sensaciones, su existencia tuvo que ser efímera.
A Blind Faith se lo tragaron los sesenta, no podía ser de otra manera. Luego, sus integrantes sobrevivieron cada uno desde diversas trincheras a la nueva década, a veces siendo leyendas vivas, otras veces siendo curiosa anécdota de nostalgia.
Pero su música los sobrevivió.
Irremediablemente la música les pagó con creces el hecho de que algún día a finales de 1968, esos cuatro virtuosos se reunieran con una Fé Ciega en torno a ella.