LA ALMOHADA SURREALISTA
El surrealismo como escuela de pensamiento, como movimiento artístico, pero sobre todo como posibilidad de vida, al promediar 1966, se vio inmerso en las aguas de la música juvenil y la contracultura.
En aquellos años, la constante en esas manifestaciones artísticas,
literarias, plásticas, y musicales, sería la ruptura. A veces lograda sólo de
modo artificial y pasteurizado, otras de forma inconsciente y por lo tanto más
infantil y menos duradera, y en menos casos, lograda mediante acciones
concretas, conscientes, coherentes y de largo plazo.
La ruptura musicalmente hablando, no había empezado, ciertamente, ese
año.
Occidente absorbía a oriente mediante el uso de instrumentos musicales
que eran considerados como “exóticos” donde las escalas , los tonos y semitonos
eran por decir lo menos “terreno virgen” para una hambrienta juventud musical
sobre todo británica, la cual avanzaba también hacia la incesante búsqueda de
la “liberación” lo que sea que el término signifique.
Liberación de los sentidos, se decía.
Liberación de la mente, se consignaba.
Liberación musical, se buscaba.
Regresando a las rupturas y las inseminaciones oriente – occidente,
desde 1965 había hecho su aparición el sitar hindú en un disco de consumo
masivo juvenil, como lo era el Rubber Soul de Los Beatles.
Ahí en Norewian Wood , se tejían por primera vez en un disco de
rock-pop, algunos acordes que terminaron definiendo una melodía y no solamente
actuando como elemento de ornato.
Unos meses adelante, los Stones, vía Brian Jones y su devoción a oriente
y a los paisajes exóticos, darían la primera (y única) canción, que seguía el
derrotero del sitar, con etiqueta de número 1 en popularidad en ambos lados del
Atlántico: Paint It Black. Y ya estábamos en 1966.
Justamente en el trascurso de esos doce meses, las manifestaciones de
literatura, pintura y música con aires orientales fueron a invadir las formas y
fondos del ritual juvenil en ebullición localizado en la costa oeste de los
Estados Unidos. Que acabara siendo un sueño pueril y bobalicón al promediar 1969,
no excluye que el perenne deseo de experimentación y fusión de la música pop –
rock con otras latitudes y experiencias artísticas, así como el deseo de
asimilar las drogas utilizadas hasta entonces como un mero ritual de
entretenimiento generador de identidad para ser un canal expansivo de la
conciencia (lo que sea que esto signifique) devino en un cambio notorio de los
usos de la música, y sobre todo, de la forma en que se presentaba.
Los títulos de los discos y canciones se llenaron de referencias hacia
la maquinaria cerebral y sus posibilidades.
El término psicodelia que había lanzado por primera vez el psiquiatra
Humpry Osmond en la segunda mitad de la década de los 50´s de pronto se volvió
sinónimo de todo lo que el mundo necesitaba para ser feliz .
Si en 1965 Jackie De Shannon entonaba la utópica y
fresota “What The World Needs Now” que complementa con un azucarado
“It´s Love, Sweet Love”, dos años mas tarde, esa misma consigna se hizo himno
generacional planetario, cuando los Beatles también lo declaraban el 25 de
junio de 1967. ¿La diferencia?, bueno que además de ser Los Beatles , el
mensaje se envolvió en flores, incienso y colores que aludían a la psicodelia –
aunque la canción en sí misma no era psicodélica – pero representaba bien a lo
que muchos jóvenes aspiraban encontrar en el llamado tren del ácido lisérgico y
sus consecuentes efectos sobre su visión del mundo: ¡todo sería más fácil !
Todo sería diferente y por supuesto, el mundo irracional e intransigente
de los adultos representado por el statu quo, la maquinaria gubernamental, las
instituciones (sobre todo las militares y cualquier mal llamada “fuerza del
orden”) sucumbiría ante las luces estroboscópicas, el flower power y las
consignas musicales que colocaban a San Francisco como la nueva sucursal del
paraíso terrenal.
Ante tal despliegue de autoconfianza y energía liberadora, el efecto no
podría ser de largo plazo. Muchas de las manifestaciones gregarias que tuvieron
lugar a partir de enero de 1967, primero en el parque Golden Gate de San
Francisco y después en los festivales de Fantasy Fair and Magic Mountain Music
Festival y por supuesto el Monterey Pop Festival, sirvieron como válvula de
escape, aparentemente bien vista por el gobierno y sus aliados capitalistas. En
medio de la efervescencia contra cultural, las compañías disqueras mostraban
sendos contratos discográficos para artistas recién llegados a la comuna
musical y existencialista. Era la forma de premiar y al mismo tiempo controlar,
a las inquietas nuevas generaciones musicales.
Todo éste panorama tragi-cómico pudo haber sido peor, de no ser por
algunas pepitas de oro musicales que se cruzaron por las avenidas de otras
manifestaciones artísticas, obteniendo resultados a veces realmente
sorprendentes.
El grupo de Jefferson Airplane, amalgamó la sensación del poderío
juvenil mediante experiencias liberadoras, y mas allá de las consignas fáciles
de flores en el pelo, trató de obtener – y en ocasiones , la obtuvo- una
estética musical muy propia, con letras que apoyaban una propuesta visual, y
con música que enmarcaba una actitud desdeñosa de la normalidad.
Después de un álbum cuyo título fue premonitorio y elocuente “Takes Off”
(Despegue), donde ilustraron a grandes rasgos de lo que trataría su comuna con
dosis de contracultura, blues, hipismo y una presencia femenina que proyectaba
una voz de potente autoridad, y al mismo tiempo cobijada por músicos
competentes, el Jefferson sentó las bases definitivas de la nueva filosofía
juvenil de 1967 con una segunda entrega cuyo sugerente título es una
declaración de principios y modus operandi en sí mismo: Surrealistic Pillow.
La almohada surrealista, nombre que por cierto, no se le había ocurrido
a ningún miembro de la banda, sino que más bien fue producto de la imaginación
desbordada de otro profeta californiano del ´67: Jerry García, el líder de The
Grateful Dead.
Surrealismo pues, licuado con ácido, y con música que era diversa y
orgánica.
Blues acústico rural desde una Jornada Embrionaria, y goce ritual del
mejor pop rock con gotas de ácido en el himno “Somebody To Love”. El conjunto
resultaba propicio para esos tiempos que buscaban abrevar en lo imposible,
parte del sabor de lo cotidiano. Por eso, aunque la letra de esa canción era
más bien común, el envoltorio en el que se presentaba, tanto sónico como visual
era completamente de otra escala en aquel rock de finales de 1966.
La consigna finalmente era que se debía romper a la realidad, cualquiera
que esta fuera en pequeñas piezas que de preferencia cupieran en una canción
pop, para después ser acompañada por colores e imágenes imposibles, o al
menos -y esto era lo que todo mundo quería – poco reales.
Ya lo habría dicho también el propio Lennon en noviembre de aquel mismo
1966 “Nothing is real”, como un mantra obsesivo que le ayudara a regresar
a “los campos de fresa, por siempre”
Y si nada es real, la obsesión de gran parte de la comunidad artística,
cercana a la música o a las artes plásticas, es mostrarnos una avenida ancha y
confortable hacia el mundo surreal y por lo
mismo , hacia todas las posibilidades que generaran experiencias distantes al
peso subyugante del fardo de la vida diaria.
André Bretón, el poeta hechicero de la lengua, y máxima autoridad de la
alternativa Surrealista, expresaba a través de sus manifiestos ,40 años antes
del verano del amor, la necesidad de escapar de las trampas de lo cotidiano, de
la mediocridad de una vida completamente alineada a lo que la sociedad dicta
como normal, pues al fondo de este callejón sin salida, solamente se encontrará
la irremediable pérdida de la fe en si mismo, en el mundo, en la vida.
La automatización de todos los procesos por los que el hombre vive, y
deja alguna constancia de su paso por la tierra, se convierten en el mejor
guardián de la justa medianía, por lo que , lejos de cualquier arrebato
místico, o artístico (que para Bretón era lo mismo), se entierra
indefinidamente la voluntad y la vocación de ser humano.
Ser, con mayúscula y con todos los riesgos que conlleva dicho verbo-piedra-angular.
Ser, con mayúscula y con todos los riesgos que conlleva dicho verbo-piedra-angular.
André Bretón dejaba ésta dimensión el 28 de septiembre de 1966.
Apenas un mes antes, Jefferson Airplane despegaba con
un sonido atronador que buscaba libertad y colores.
Pareciera que el espíritu errante del llamado “Papa del Surrealismo”
ahora buscaba viajar hacia las explosiones de la música pop juvenil, en donde
iba a irradiar nueva luz en forma de guitarras electrificadas, colores y letras
que hablan de la experiencia de transitar por otras latitudes, ajenas al día a
día cotidiano. La cultura de las drogas ácidas que tenía en un puño
a las expresiones musicales y la llamada contra cultura, se enseñoreó dando ludismo,
tonalidades imposibles y provocación, antes de que la desesperanza
volviera a verter su escala de grises sobre el horizonte juvenil, al iniciar la
década siguiente.
Posiblemente el “Ve, y pregúntale a Alicia”, nunca fue más
oportuno como una respuesta ante la vorágine de acontecimientos que rodeaban al
arquetipo musical.
Ese “Ve, y descubre con Alicia” , irradiaba una confianza sólida en la
otra cara de la historia, esa que no fácilmente se cuenta, por ser de difícil
acceso en las horas de la vigilia, por ser tal vez, la cara brillante de la
luna, que se aprecia desde la tierra en una noche de plenilunio.
Irónicamente y como contrapeso ideal a la ensoñación, la última frase
que se escucha en el álbum “The Dark Side Of the Moon” de Pink
Floyd , era una frase dicha por Jerry Driscoll, el portero de los
estudios Abbey Road y que de manera lapidaria sentenciaba “De
hecho no hay un lado oscuro de la luna, toda la luna es oscura” .
Vaya manera de regresar los pies a la "realidad" en 1973.
Pero los años sesenta, al menos la segunda mitad, quisieron abrazar
completamente la posibilidad de que sí había un lado brillante y uno oscuro. Y
el reto era que toda la luna fuera brillante, de queso, y además estuviera al
alcance de un abrir y cerrar de ojos.
Se logró, no solo metafóricamente. El 21 de julio de 1969 la luna
pudo ser vista y casi tocada desde la comodidad de un aparato de televisión.
José de Jesús Sampedro, lo puntualizó en su ensayo “André
Bretón: en el corazón de un bosque lleno de lobos” del año 1986,
cuando de forma particularmente lúcida escribe: “Debemos admitirlo: es
injustificado adecuar la contemporánea sensibilidad de la década de los sesenta
excluyendo la enseñanza legada por André Breton y por los surrealistas".
Adaptando pues, lo que se plasmó en letras y artes plásticas
principalmente a partir de los años 20 del siglo XX, buena parte de la
propuesta musical de la segunda parte de los sesenta, se alzó como la evolución
natural y sonora de una idea a veces difusa, a veces demasiado simplista,
pero no por ello menos emotiva, para afrontar la represión de un absurdo como
la guerra, la conciencia de masas dictada por unos cuantos o las
ideologías que sustentan nacionalismos fanatizados.
La brecha debía ser insalvable y diferenciadora de generaciones, y
el desafío a la normatividad adulta además de romántica y visceral, de pronto
se volvió artística.
El arte y el ritual juvenil en una sola explosión. El arquetipo de la
sed eterna y el río de caudal inagotable. Eso fue lo que la
generación beat ofrecía, con las letras de Kerouac, de Bukowsky , del mismo
Dylan, sin embargo el ritual completo llegó a partir de 1966. Color, voz,
música, y una profecía autocumplida en la música y su infatigable búsqueda por
distorsionar la llamada “realidad”.
Aquí cabría la insondable pregunta ¿Y a fin de cuentas, qué es
la realidad?
Y sería ocioso, pretencioso y francamente un carrusel interminable con
altas, bajas , vueltas y vueltas para abordar el ejercicio de responder, y
llegar exactamente al punto de partida.
“One pill
makes you larger, and one pill makes you small”
Sentencia de forma inicial en la loca carrera de Alicia hacia las
profundidades de nuestra mente tratando de develar el asunto espinoso de la
realidad.
Todo depende de la píldora. A veces serás gigante, a veces microscópico,
las formas se alargan y perecen en cuanto a lo que conocíamos de ellas en un
día común, pero la esencia permanece, la realidad está allí, tan a la mano que
asusta tocarla, y cuando se ha decidido moldearla, ya no es arcilla sino agua,
y se desprende en caudal eterno e inasible.
"White Rabbit", esa canción-resumen de la idea
musical, la imagen surrealista, la disolución de tiempo-espacio-identidad del
que canta y el que escucha, la disolución de un beat perteneciente al rock, en
un bolero, estilo de composición que Ravel llevó hasta sus máximas
posibilidades precisamente en aquellos años cuando el Surrealismo emanaba sus
primeros rayos cegadores.
Puede ser que el Surrealismo haya sido una utopía más del siglo XX.
Puede ser que la sociedad occidental esté demasiado ocupada en calcinar
sus recuerdos y también su porvenir en la interminable hoguera del progreso
representado por el inexorable paso del tiempo, la cruel y fría y omnipresente
realidad y sobre todo la acumulación generosa de capital.
Para una sociedad con semejantes valores, resulta desconcertante por no
decir imposible la premisa de encontrar una vía alterna de conocimiento y
realización de las capacidades humanas basada en la exploración de otra
realidad que nos brindan los estados del sueño o por una técnica de escritura automática.
Era demasiado el pretender que un ser humano puede hacerse uno con su
entorno, superar ideologías, credos, quebrar barreras de juicios de valor
polarizados que tiñen de blanco o negro las acciones y pensamientos, que
juzgan, anulan y constriñen a un solo camino las aspiraciones, que enmarcan de
una forma severa a los estilos de vida a los cuales acceder.
Si bien es cierto que como escuela de pensamiento aplicable a la
funcionalidad de la ciencia, el Surrealismo ha tenido pocas aplicaciones
prácticas, - quizá el campo donde más claramente influyó, y del que igualmente recibió
influencia fue el Psicoanálisis -
tampoco es del todo errado citarlo como una de las posibilidades más
altas que ha dado la inteligencia humana, y que su huella indeleble se plasmó
sobre todo en las artes, la pintura, escultura, arquitectura, cine y por
supuesto en la música; además del campo literario.
La búsqueda por la expansión de la conciencia y del acceso a otros
puntos de la realidad llevaría a los experimentos con mezcalina a Aldous
Huxley, para ser plasmados en su ensayo “Las Puertas de la Percepción”, mismo
que serviría para inspirar a un movimiento completo, utópico, social y cultural
en los años 60. Poesía y música, dos caras de la misma moneda, abrevaron
generosamente en el manantial vivificante del Surrealismo, que al excluir
barreras de paradigmas y estereotipos le dieron materia prima a propuestas
musicales y literarias.
“Tuve mucho que
soñar anoche” sentenciaban The electric Prunes en 1967 como una declaración de
intenciones. La pregunta empezó a ser ¿por qué no darle la categoría de
Realidad al sueño?
Esta parte de nuestra actividad cerebral se volvió favorita de Syd
Barrett, otra vida y mente que encarnaron al Surrealismo hasta sus últimas
consecuencias.
En su canción “Bike”, de 1967 sentencia al final : “Conozco una habitación llena de canciones
musicales, aunque la mayor parte de ellas son mecánicas. Vamos a la otra
habitación y hagámoslas funcionar”
Nos remitimos finalmente a unas esclarecedoras palabras de Terry
Eagleton en su obra “La Idea de la Cultura” del año 2000:
“La verdad es producto de una interpretación, los hechos son una
construcción del discurso, la objetividad es una interpretación cuestionable de
las cosas, medida conforme al poder, y el sujeto humano es tan ficticio como la
realidad que contempla”
Y entonces, nos queda un consejo clave para acceder a la reconciliación
con la realidad, con sus inabarcables pliegues de su manto, y sus callejones
sin salida.
Consejo-sentencia-epitafio que cierra al “White Rabbit” de Jefferson
Airplane:
“RECUERDA LO QUE DIJO EL LIRÓN:
ALIMENTA TU MENTE, ALIMENTA TU MENTE”